Las infecciones víricas pueden ser los desencadenantes de las enfermedades inflamatorias y autoinmunes
El contacto constante de virus puede desencadenar que nuestro cuerpo responda con una enfermedad autoinmune. Descubre más en este blog realizado por la Dra. Gloria Sabater.
Los virus patógenos más destacados que se han propuesto en el desencadenamiento e inicio de enfermedades autoinmunes incluyen: parvovirus B19, virus de Epstein-Barr (EBV), citomegalovirus (CMV), virus del herpes-6, HTLV-1, virus de la hepatitis A y C y virus de la rubéola. Estos virus han sido implicados en el inicio de enfermedades inflamatorias o autoinmunes crónicas como artritis reumatoide, lupus eritematoso sistémico, síndrome de Sjogren, colangitis biliar primaria, esclerosis múltiple, polimisitis, uveítis, púrpura de Henoch-Schonlein, artritis idiopática juvenil sistémica, esclerosis sistémica tiroiditis y hepatitis autoinmune.
Aunque aún se desconoce la etiología exacta de las enfermedades autoinmunes. Existen varios factores de los cuales se cree que contribuyen a la aparición de una enfermedad autoinmune. Entre ellas se incluye la predisposición genética, los desencadenantes ambientales como las infecciones bacterianas, incluida la microbiota intestinal, hongos virales e infecciones parasitarias, así como agentes físicos y ambientales, factores hormonales y desregulación del sistema inmunológico.
Los mecanismos sugeridos de inducción de la autoinmunidad incluyen el mimetismo molecular, es decir, existen múltiples mecanismos por los cuales la infección por un patógeno puede conducir a la autoinmunidad. El patógeno puede aportar elementos que sean lo suficientemente similares en la secuencia o estructura de aminoácidos al autoantígeno. De modo que el patógeno actúa como un auto ‘mímico’. Una infección puede conducir a la activación de las células presentadoras de antígenos que, a su vez, pueden activar las células T autorreactivas pre-cebadas. Esto lleva a la producción de mediadores proinflamatorios, que a su vez pueden provocar daño tisular.
El contacto constante de virus puede desencadenar que nuestro cuerpo responda con una enfermedad autoinmune. Descubre más en este blog realizado por la Dra. Gloria Sabater.
Los virus patógenos más destacados que se han propuesto en el desencadenamiento e inicio de enfermedades autoinmunes incluyen: parvovirus B19, virus de Epstein-Barr (EBV), citomegalovirus (CMV), virus del herpes-6, HTLV-1, virus de la hepatitis A y C y virus de la rubéola. Estos virus han sido implicados en el inicio de enfermedades inflamatorias o autoinmunes crónicas como artritis reumatoide, lupus eritematoso sistémico, síndrome de Sjogren, colangitis biliar primaria, esclerosis múltiple, polimisitis, uveítis, púrpura de Henoch-Schonlein, artritis idiopática juvenil sistémica, esclerosis sistémica tiroiditis y hepatitis autoinmune.
Aunque aún se desconoce la etiología exacta de las enfermedades autoinmunes. Existen varios factores de los cuales se cree que contribuyen a la aparición de una enfermedad autoinmune. Entre ellas se incluye la predisposición genética, los desencadenantes ambientales como las infecciones bacterianas, incluida la microbiota intestinal, hongos virales e infecciones parasitarias, así como agentes físicos y ambientales, factores hormonales y desregulación del sistema inmunológico.
Los mecanismos sugeridos de inducción de la autoinmunidad incluyen el mimetismo molecular, es decir, existen múltiples mecanismos por los cuales la infección por un patógeno puede conducir a la autoinmunidad. El patógeno puede aportar elementos que sean lo suficientemente similares en la secuencia o estructura de aminoácidos al autoantígeno. De modo que el patógeno actúa como un auto ‘mímico’. Una infección puede conducir a la activación de las células presentadoras de antígenos que, a su vez, pueden activar las células T autorreactivas pre-cebadas. Esto lleva a la producción de mediadores proinflamatorios, que a su vez pueden provocar daño tisular.
QUÉ PASA CON LOS CORONAVIRUS
Los virus corona representan un grupo importante de virus que afectan principalmente a los seres humanos a través de la transmisión zoonótica. En las últimas dos décadas, este es el tercer caso de aparición de un nuevo coronavirus, después del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) en 2003 y el coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) en 2012.
En diciembre de 2019, surgió un nuevo brote de una nueva cepa de infección por coronavirus en Wuhan, China, el SARS-CoV-2 o el Covid-19. La enfermedad que fue declarada como pandemia a principios de marzo de 2020, se caracteriza por fiebre, tos seca, mialgia o fatiga extrema, puede ser asintomática o con síntomas constitucionales mínimos similares a los de la gripe que conducen a un resultado favorable en muchos casos.
Sin embargo, algunos de los pacientes desencadenan una neumonía grave con sepsis que conduce a un síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA) con insuficiencia respiratoria que requiere ventilación mecánica. Y, en ocasiones, se acompaña de hiperferritinemia y afectación de múltiples órganos, incluidas complicaciones hematológicas, gastrointestinales, neurológicas y cardiovasculares que conducen a muerte. El SDRA descrito en hasta el 20% de los casos de Covid-19 recuerda el SDRA inducido por el síndrome de liberación de citocinas y la linfohistiocitosis hemofagocítica secundaria (sHLH) observada en pacientes con SARS-CoV y MERS-CoV, así como en pacientes con leucemia que reciben tratamiento Terapia de células T. Estos casos con Covid-19 son los que se desarrollan a través de la liberación excesiva de citocinas y la activación inmune incontrolada, el fracaso multiorgánico con un pronóstico grave.
La infección por SARS-CoV-2 podría desencadenar o simular una forma de autoinmunidad específica de órganos en pacientes predispuestos genéticamente.
Covid-19 y autoinmunidad: el papel del mimetismo molecular
A pesar de la ola actual de investigación intensiva en todo el mundo, la etiopatología de las enfermedades inducidas por la infección por SARS-CoV-2 es la cuestión central que permanece oscura. Una explicación probable es que la heterogeneidad y la multitud de trastornos inducidos por la pandemia actual se derivan de fenómenos de mimetismo molecular entre el virus y las proteínas humanas.
El fundamento científico es que, después de la infección, las respuestas inmunitarias generadas contra el SARS-CoV-2 pueden reaccionar de forma cruzada con proteínas humanas que comparten secuencias peptídicas con el virus, lo que da lugar a secuelas patológicas autoinmunitarias.
Además, en el contexto clínico expuesto anteriormente, es de destacar informar que Sars CoV-2 comparte 6 determinantes inmunes mínimos con el antígeno de Kawasaki destacando, así como posibles reacciones cruzadas y la consiguiente enfermedad autoinmune de Kawasaki en sujetos predispuestos.
Aún más impresionante parece el reparto de heptapéptidos entre el proteoma humano y la glicoproteína de pico viral. El escenario clínico que emerge es perturbador. De hecho, la lista de proteínas informadas, cuando se modifica, configura casi todas las enfermedades que se han descrito en asociación con el SARS-CoV-2.
La vacuna Covid-19 y las limitaciones del mimetismo molecular
El alcance del mimetismo molecular entre el SARS-CoV-2 y el proteoma humano debe analizarse cuidadosamente como un paso obligatorio preliminar para cualquier formulación de vacuna.
De hecho, debido a la similitud entre el patógeno y el péptido huésped, una posible consecuencia de la vacunación podría consistir en reacciones autoinmunes específicas que afectan a los autoantígenos, como la proteína tensioactiva alveolar ya analizada.
Sólo las secuencias de péptidos que pertenecen exclusivamente al virus pueden representar la base de protocolos de vacunación seguros y específicos.
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7289100/
https://immunityageing.biomedcentral.com/articles/10.1186/s12979-020-00185-x